lunes, 15 de noviembre de 2010

Apuntes sobre “Cartas desde los valles” 1



El tal Contreras V.
A Laura, Marisol, Marién, Coatlicue, Mercedes



”Objetivamente”

 Lo primero fue imaginarlo, soñarlo, en mi caso, como una conjunción de tres amores:

 1) el “Sur” (como categoría geopolítica, sentimental, imán de aspiraciones, amistades -enormes, aquilatadas- y proyectos),

 2) el grupo de las “Contempo” (mis exalumnas de la escuela de Contempodanza, con quienes había compartido cuatro años de reflexión y aprendizaje –conceptual, artístico y humano- y a las que amaba y amo con agradecimiento y sinceridad (porque en la carrera de este profesor –supongo que en la de todos- me he enamorado de algunos pocos grupos, colectividades a las que las afinidades electivas me han invitado a abrirme, exigirme, donarme y crecer,

y 3) la bailarina a la que la vida venturosamente me ligó para aprender de los goces de la conversación, el mutuo escudriñarse, y, también, por qué no decirlo,  de su teatro sentimental de la crueldad (¡ah cabrón, sacome verdosas canas!) y a la que, supongo, le generé también muchas tribulaciones: historia apasionada de una amistad-amorosa hermosa, ardua, difícil, a veces horrenda, veraz y, desde el principio al fin, esencialmente fisurada.

¿Es pertinente señalar este “encuadre” sentimental? En mi caso, sí, porque lo tiñó todo: las lógicas creativas –mis decisiones de composición y de temas-, mis esfuerzos afectivos, delirios, mi participación en los inevitables juegos de poder al interior del grupo, etc.

De lo dicho, menciono sólo dos vertientes:

A) Los temas-lógicas de composición:

1) El Sur: en el principio, imaginamos cartas (el arte como petición de escucha de un otro cuya atención nos es necesaria –diálogo con la otredad-) sustentadas en la lógica fantasmal deseante del amor: ¿quién soy? ¿cómo te imagino? ¿qué me demandas? ¿qué te demando? Luego, esto se concretó en indagaciones personales sobre cómo es que cada una-uno es chilango-a., para más tarde configurar autorretratos abiertos tanto la propia experiencia insustituíblemente individual de la ciudad (la ciudad como oráculo que respondía a preguntas esenciales de cada una de las participantes), como a los voces de los antepasados que nos posibilitaron y habitan. En este sentido, para mí, fue un momento decisivo del montaje la aparición del “Ángel de la Historia” de Walter Benjamín: esa acción mesiánica de aliarse a los derrotados, a los silenciados. Perspectiva que hizo de la obra un tránsito, un caminar, desde nuestra historia mítica, al presente, pasando por la sociedad en la que soñamos y nos empeñamos.

2) “Las contempo”: que la obra fuera un retrato de estas cuatro chilangas, donde cada una tuviera un peso específico (la que abre-cierra y recupera la travesía mítica-histórica, la que está al centro, conduce, guía y cierra apelando a la certeza de la continuidad de estos chilangos esforzados –“Dios nunca muere…”, la que viaja, irrumpe y disturba la estabilidad del tejido coreográfico, y reivindica a la humillada, la que desde su silencio y contundencia llegó a la palabra epifánica- “ubicar lo que en el infierno no es infierno”-). La definición del personaje colectivo de la “bruja”-rebelde-enunciadora y sensual. Para este rubro fue fundamental la decisión de construir un secreto, vale decir, una circunstancia operante de poder al interior de la obra y el colectivo (ignoré e ignoro los secretos, es su potestad).

3) La bailarina: las secuencias nacidas de los juegos “amorosos” (¿qué fueron en realidad?) entre el director y su amiga-amada. Juegos que repercutieron, sobre todo, creo, en la decisión de quebrar la cuarta pared: esta es una obra para tocar-nos, tocarse, verídicamente.

La obra se objetivó –gracias a la inteligencia y empeño de todas- y, a pesar de los avatares sentimentales que la atribularon (desasimientos, intentos de asesinato simbólico, rupturas, nuevos enamoramientos y nacimiento de nuevas esperanzas)- y se mantuvo como una estructura hermosa, conmovedora, vivificante. Doy gracias a las bailarinas –y a mí mismo también- por la lección que supimos dar de lealtad a nuestra obra, a nuestro oficio: nuestro esencial compromiso con el otro.

B) Los juegos de poder: dicho de manera sintética, fue todo un aprendizaje y una aventura transitar de la condición de “par” (maestro, compañero, bailarín, casi novio, amigo) a la de padre-director excluido de reuniones en camerino y objeto de demandas-rebeldías fantasmales que sería bueno que las respectivas tuvieran a bien asumir en su sitio y persona adecuadas.

(¿Continuará?)

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