domingo, 6 de marzo de 2011

G. y el regalo.

G. trajo consigo la bendición de su persona para ennoblecer el inmenso abrazo de la noche de un sábado. Deambulamos por nuestra ciudad, recorrida como un paisaje extraño, que se abría dúctil a la común sorpresa, al compartido e intransferible gozo de esos dos que anduvimos tan juntos que nos recortamos a las miradas y los juicios otros. Sólo su rostro cabía en mi mirada. Su rostro de ojos inmensos y profundos: salterios luminosos de su mucha bondad e inteligencia. Música, pues, canciones tacto de la gentileza. Sus manos y las mías se afanaron descifrándose. Sus palabras y las mías se volvieron escucha mas que labios. Deambulamos la ciudad protegidos por nuestra propia danza de atenciones. Barca sin tiempo. Y la noche fue respetuosa y amable. Y un cimbalon de luz sonó sonriente en la ribera secreta de los mundos. Lo escuchamos. Lo sentimos. Supimos arropar ese frágil regalo.