Querida Stephania, ahí donde tú estés, con toda la bondad e inteligencia que paseaban juntas, y seguramente siguen caminando, por las praderas de hierba verde de tu mirada, sabe que quisiera escucharte y hacerme oír, conversar(nos) contigo...Sabe también que me dueles y que me hiere la inmensa torpeza de mis veinte años apasionados sí, decididos sí, comprometidos con la congruencia pero inverosímilmente lerdos en las maneras de habitar los afectos. Ahora sé que la ternura es revolucionaria -trotska querida- y que en nuestra historia sentimental no me faltó verdad pero que siempre fue posible dibujar mejores actos. A mis acciones les hizo falta nacer no sólo de la inteligencia discursiva y política sino también del muy político -o mejor, vital, ético, dignificante- espíritu de sutileza. Me disculpé en aquellos años por haberte lastimado. Repito la disculpa y asumo que no hay manera de obliterar el dolor. ¿En dónde estás? Seguro interrogas a los habitantes de otros mundos sobre el por qué de la injusta urdimbre de la realidad. En el fondo, y desde el principio, tú, irremediablemente bondadosa, has inquirido siempre sobre, y te has rebelado contra, la persistencia pegajosa del mal. Eras una partícula de luz, en su pequeñez, paradójicamente, atravesada como una viga inmensa en el funcionar aceitado del sentido común. “Lenta”, portadora del tiempo cósmico, del ritmo del pulsar de los manantiales esenciales, fatigabas nuestras prisas tributarias de la eficacia y las disputas. Las sórdidas disputas. Eras un clavicordio de agua. ¿Cómo ibas a caber…? Querida Stephania, ahí donde te encuentres, sabe que aprendo de tu infatigable matrimonio con las palabras como guardianas de los compromisos y la congruencia. Gracias por tu voluntarioso incomodarnos. Amiga sabia, quiero estar a la altura de la bondad y transparencia que soñamos –y deficiente, pero verazmente, habitamos-. Contigo supe que no se me hurta la posibilidad de herir -¡ay Simone Weil, nos lo recuerdas!-. Contigo supe que sostener las palabras con el rostro es un acto de amor. Querida Stephania, aquí están mis manos y mi cara…