domingo, 22 de enero de 2012

Sobre la fotografía

De nuevo quiero hacer fotos. Quizá esto se deba a que deseo reunir –ahondar- las maneras con las que escucho y enuncio el mundo. La fotografía es para mí una de las formas del amor, en el sentido de que se ocupa del elogio de la particularidad. La creación es buena y la fotografía se ocupa de inventariar –para la memoria, a través del “esto ha sido” y del “esto es”- la maravilla de la diversidad del mundo.

    Y dentro de ese maravillarse que la maravilla del mundo suscita, se me impone –para qué negarlo- la presencia femenina. Hace poco, en una reunión en el CICO, un joven me preguntó sobre cuál experiencia había marcado profundamente mi vida. Le dije, sin pensarlo, porque así se me vino al corazón, la memoria, el afecto y el cuerpo, que fue la primera vez que recorrí -de los cabellos a los dedos de los pies- la persona desnuda de la mujer que amaba. Maravilla del tacto que se sorprende y embelesa en el conocer una persona: una historia particular, insustituible, un cuerpo que es todo rostro, una corporeidad que es toda voz.

    Si esto es verdad, tengo que escuchar la canción particular de cada mujer querida que retrate.

    Mirada que se convierta en oído de la particularidad.

    Mirada sostenida por una epokhé (suspensión de los juicios, de los preconceptos ) para que la singularidad de la persona retratada esplenda.  

    La foto que más amo es la de un artista suizo –en este momento no recuerdo su nombre- en la que un niño sordomudo percibe embelesado las vibraciones de un tambor que sostiene pegado a su rostro.

    Me gustaría que mi manera de mirar fuera esa piel que escucha conmovida las canciones del mundo, las canciones de las personas, las melodías de las mujeres que me punzan (Barthes dixit), que me hacen advenir lo mejor de mi cuidado.

   Que así fotografíe.