sábado, 19 de noviembre de 2011

En Lima


Estoy escribiendo en el aeropuerto José Chávez de Lima. La última vez que estuve aquí, fue al regreso de Ecuador. Si no mal recuerdo, el 17 de agosto del 2010. Hace ya más de un año. Venía desolado, humillado, ahogado de decepción y tristeza. No lo puedo evitar: a más un año, y luego de reanudar amabilidades y cortesías con Laura, y de sonreír de nuevo con ella (circunstancia luminosa que celebro), me es imposible no sentir que se comportó de manera abrumadoramente grosera. Derrumbó nuestra relación de una manera desprolija, basta (amistad-amor en la que siempre cupieron sus amores y pasiones otros, y en la que yo ocupaba, conscientemente, el segundo o tercer lugar). A mi juicio, y no al suyo, eso es evidente, la calidad de nuestra relación se merecía un mínimo de honestidad y fineza. No lo consideró así. No me consideró. Mi persona cuidadosa de su persona, no le valió ningún respeto. Días después, en México, me lo confirmó: “no me importa tu fragilidad”, me dijo una noche. Lo que me sorprende es que esperara que me plegase a un silencio discreto, en el que quedasen validados sus prejuicios clasemedieros. “Evidentemente”, yo era el “impropio” por mayor y ya nada más faltaba que me dijese que un “hombre no se queja”. Debía respetar el tributo de silencio, “discreción y prudencia”, que le debe a su familia. Pero yo no quise, ni pude, por razones éticas, psicológicas y políticas. Que cultive ella esas “virtudes” de la mediocridad clasemediera. Yo soy asumidamente obsceno y ella lo sabía. O si quiere, mis mediocridades –muchas- son otras, pero no las de la ”buena imagen”. Por otro lado, lo que escribí, dije, dancé, lloré, despotriqué, reflexioné con respecto a este asunto fue hecho públicamente (con afán de transparencia), convidándola a que lo siguiera paso a paso, solicitando, además, su opinión, su versión de la historia, porque no quería ocupar frente a ella una posición de poder. Me había prometido la gentileza hacia su persona y lo cumplí. Lo que dije, bailé, lloré, en esos días, lo convertí en un hecho de reflexión desplegada sobre las problemáticas de la micropolítica, en cuyo desarrollo no fui aquiescente conmigo, sino muy crítico: masoca vestido de caballero andante, usuario “inteligente” del poder de la palabra… Como es fácil advertir, todavía me duele esa ruptura.  Y creo que ahora entiendo las razones de Laura, el valor de su apuesta (lo que su aparición en el círculo familiar Ruiz con Gerardo significaba de pequeña revuelta, su empeño de autonomía ante mí) pero no me es dable olvidar. La herida fue profunda, injusta, porque al dolor inevitable (y no juzgable…se enamoró de Gerardo…qué más…) del desamor Laura sumó la invisibilización, la violencia, la elusión, el silencio, la negación del rostro. Laura me cosificó…Y no lo entiende… Por eso, asumo que la única forma de volver a posibilitar luz entre nosotros, será hacerme cargo de que no habrá “reparación de los daños”. Hay una herida grande entre nosotros (más bien en mí), que cicratizará a partir de la conciencia de “una situación de paralaje”, diría Zizek, vale decir de la asunción de que la magulladura no desaparecerá, pero que, no obstante, estoy vivo y amoroso, abierto de piel y alma, dueño de mi rostro ante los rostros... Abrazos entonces para los dos, por separado, escindidos, cada quien en su lugar. Suerte para sus amores y suerte para los míos. La voy a querer siempre. Me voy a querer siempre también. Vivo, amoroso, inteligente y digno. Abrazo para los dos desde el aeropuerto de Lima (yendo y regresando de Río de Janeiro), donde escribo este texto que no leerán sus ojos.


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