viernes, 1 de octubre de 2010

Carta brevísima (México-Ecuador)

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No hay plazo que no se cumpla y los compañeros ecuatorianos ya están aquí. Arraigo entonces en la única manera en que me es posible vivir con los pulmones respirando amplio: asumiendo la transparencia y la verdad de los afectos. Deseo que mi corazón esté siempre imantado por las razones "imprudentes" de la ética y la utopía (¿amar éticamente es una utopía?). Amar comprometidamente como una manera de ayudar a que se mejore la vida y se iluminen los encuentros. Aunque no me crean, deseo suerte y transparencia para la nueva pareja mexicana-ecuatoriana. Pero también me quiero digno y habitando mis razones irrenunciables (la gentileza del corazón, diría Pascal), así que no habrá amistad donde con los actos se decidió prescindir de mi amistad. Suerte y tiempos nuevos . Lástima que el amor y la amistad en la  "igualdad" que ahora nos es posible es la que dibujó Kieszlowsky -?- en "Blanco". Lásttima, podíamos y nos merecíamos algo mejor. Me empeñaré políticamente en posibilitar, y vivir, más claros afectos.

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Antes de comenzar la función con la que dimos inicio a la temporada "Cartas desde los valles", nos enteramos del intento de golpe de estado en Ecuador. Nos sorprendemos, nos alarmamos,  nos llenamos de rabia, preocupación y tristeza. Nos consolamos y acompañamos también. Acudimos al internet e interrogamos páginas de diarios y relaciones personales: el pueblo ecuatoriano defiende su voluntad democrática.

Dedicamos entonces la función a nuestros compañeros artistas ecuatorianos y a todos nuestros hermanos y hermanas de la mitad del mundo.

¿Lo que hacemos, bailar juntos, construir juntos una pequeña comunidad artística, sirve aunque sea un poco para bosquejar la patria nuestra latinoamericana que deseamos? Una que sea justa y múltiple, una que se reconozca en la fiesta del encuentro de los pares.

Bailamos, valga el lugar común, con Ecuador en el corazón y la función fluye plena (y Mary hace milagros con su afecto, su sabiduría y su juego con las luces), esperanzada y dolida (porque nos duelen nuestros países y sus pieles lastimadas), pero llena de luz.

Al final, en el camerino, Meche está sonriendo.

Quiero ver esa sonrisa y ese empeño en muchos rostros.





























Se me vienen los rostros de mis amigos y amigas quiteños que tanto quiero, se me vienen los rostros de los jóvenes bailarines del Puyo.






Meche llora y yo sólo puedo abrazarla. Vamos a dedicarlesesta función a nuestros compañeros artristas ecuatorianos y

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