sábado, 11 de septiembre de 2010

Ecuador: el viaje a la semilla en el oràculo del espejo vacìo (papeles de viaje 4)

Escribo estas lìneas ìntima -y tambièn socialmente- dolido. Resulta que alguien ha tenido a bien censurar uno de mis textos (El Itchimbìa) en su aparición en el blog comunitario "Cartas desde los valles", del proyecto colectivo del mismo nombre, esfuerzo artìstico y social del que participo de manera fundacional y comprometida.

Puedo entender las posibles intenciones del censor o la censora: proteger el derecho a la privacidad de los invlucrados en la historia no ficticia que dió origen a ese relato-lamento. Su acto represivo tendrìa entonces arraigo en una buena intenciòn. Puedo respetar esa vocación heroica justiciera de quien se asume como defensora (or) de los derechos de la privacidad. El gran problema es que no da la cara. Evasión del rostro y de la responsabilidad de sus actos que me parece insultante y cobarde.

Asumo que puedo ser excesivo en mis juicios y palabras, pero a esa factible "locura" no sumo la desvergüenza del rapto de mi responsabilidad: firmo siempre mis textos. Agrego que, ese texto en lo particular -màs allà de su buena o mala fortuna escritural-, me supuso un extremo cuidado en su enunciación: procuré no esconder, sino al contrario, evidenciar, el lugar afectivo desde el que hablaba (para no hacerlo pasar por "objetivo") e intenté también fisurar con la autocrítica la contundencia de algunos de sus juicios (para no excluirme como agente activo de lo que viví). Agrego,además, que propuse a quien en ese escrito aparece bajo el nombre de Marusa, que lo leyera previamente si así era su deseo, porque tenía intenciones de "subirlo" a "nuestro" espacio colectivo. Le dije, "me gustaría que no lo conocieras de manera indirecta". No lo consideró necesario. Podría añadir la mención de otros gestos destinados a enfatizarle que no se trataba de un acto de guerra, sino la reivindicación de mi derecho a expresar mi dolor (juto o injusto, motivado o no, en todo caso absolutamente sentido en mi cuerpo y en el escándalo de mi alma y mi conciencia). En fin..., lamento la situación.

De fondo, se encuentra el debate sobre las relaciones entre lo público y lo privado, lo ficcional y lo extradiegético. Con respecto a la primera pareja digo que si hay un lugar donde se experimentan las luces y las sombras de las relaciones de poder y de los esfuerzos etizantes y dignificantes del mundo ES EN LA DENSIDAD DE LA VIDA COTIDIANA, porque es en ese ámbito en el que encarnadamente vivimos. Ignoro si hay otros territorios en los que el bucle dialéctico de lo personal y lo colectivo se habite, pero la experiencia común de la vida cotidiana no es eludible. Ese es el campo en donde pueden experimentarse la congruencia de las apuestas éticas o los dolores de los abusos de los poderes autoritarios (macro y micropolíticos). Pienso que en ocasiones se reivindica el derecho a la privacidad para no tener que dar cuenta de actos y para reproducir, en consecuencia, la impunidad, la doble moral. Recuerdo la categoría de "delincuente relacional" formulada por Michel Onfray en La potencia de existir y que remite a esos actos abusivos en el espacio de la micropolítica que no tienen reconocimiento como tales abusos en la medida en que se les inscribe en la inatacable esfera de la "libertad personal" (praxis dictatorial de la ética del postdeber, podría decirse, siguiendo a Lipovetsky, más allá, obviamente, de Lipovetsky). Me parece que esta lógica elusiva es perversa y sadeana, por más que se vista de prudencia y buen gusto.

En fin..., ojalá podamos llegar a una enunciación luminosa y responsable de las palabras y lo actos. Ojalá demos siempre la cara por lo que nos involucra, compromete y arrebata.

No hay comentarios:

Publicar un comentario